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La semana pasada, en uno de mis viajes a Madrid, subida en el tren, sentada en el asiento de mi vagón tuve la oportunidad de vivir situaciones divertidas y “públicas” que me hicieron reflexionar acerca de muchas cosas, entre otras me hicieron reflexionar acerca de la capacidad que tenemos las personas de escuchar o mejor dicho de NO escuchar.

Todavía no habían pasado ni 5 minutos desde que me subí a ese tren que me debía devolver a Valencia tras tres días de formación, cuando ya empezaba a arrepentirme de no haber cogido el vagón del silencio. Era un horario que no suelo frecuentar, era más pronto de lo habitual y multitud de conversaciones simultáneas generaban mucho ruido, ruido que se me hacía cada vez más insoportable, “es insufrible” – me dije a mi misma.

En un primer momento comencé a soplar y a generar un sinfín de pensamientos negativos dirigidos no tanto a las personas que ocupan los asientos del vagón sino a la propia situación. Cogí mi libro, mis auriculares y mi bolso y me dispuse a buscar un vagón “menos ocupado” pero mis intentos no dieron el resultado deseado, fui a cafetería e infusión en mano comencé a oír alguna de las conversaciones que en ella se estaban manteniendo. Los temas eran variados, pero esto es lo más irrelevante, lo que si es cierto es que me di cuenta de que nos cuesta escuchar. Nos cuesta profundizar en los temas que preocupan y ocupan a los demás, participamos con cortesía en las conversaciones, esto es:

Sabemos callar lo suficiente (en la mayoría de los casos, aunque no siempre) para que la otra persona acabe sus frases, pero luego rápidamente hablamos de nuestros asuntos… Clic para tuitear

Y a esto lo llamamos escuchar, es posible que sea escuchar, pero no es una escucha activa, una escucha que nos haga buenos conversadores…

Participé con mi silencio en numerosas conversaciones cruzadas, primero entre los cafeteros que tomaban un tentempié en el vagón cafetería y después ya de regreso a mi asiento, tuve la oportunidad de ser testigo de muchos más monólogos cruzados.

Me pareció curioso cómo podemos llegar a elaborar nuestro discurso de modo que nos preguntamos y contestamos nosotros mismos, después nos basta un simple “ajá” de nuestro oyente cada 80-100 palabras para seguir hablando.

Me pareció curiosa la conversación entre quienes no se conocían antes de sentarse en el vagón y que con la mirada puesta en el niño de cabello rizado y ojos negros que se aburre y no para de correr entre los asientos, acaban viendo fotos de toda la familia de su compañero o compañera de viaje y comentando lo lejos que han llegado, el éxito que han tenido, en su Erasmus, en su ….

Me pareció curioso el modo tan diferente que tenemos las personas de reportar, llamar a un cliente, presentar nuestros productos o dar instrucciones a través de una conversación telefónica Clic para tuitear

Todo lo que oí, ví y escuché, una vez que cambié mi chip, me aportó mucha información útil, útil para mi como persona y útil para mi profesión.

Comparto contigo algunas conclusiones:

  • Aprovecha para aprender preguntando más y hablando menos.
  • NO des consejos salvo que te los pidan.
  • NO repitas una conversación (telefónica)que la otra parte ya ha escuchado.
  • Baja el volumen de voz cuando estés en espacios cerrados, quizá a las demás personas no les interesa tu conversación.
  • Primero interésate y luego serás interesante.
  • Crece en cada conversación, ocúpate en profundizar en los asuntos haciendo al menos tres preguntas.
  • Piensa si utilizas mucho en la misma conversación, “ si… ya … pero…”
  • Rompe con los monólogos cruzados, entrénate en el arte de la conversación.
Pongamos el foco en aprender a desarrollar esta gran habilidad que es ESCUCHAR A LOS DEMÁS, escuchar para crecer. Clic para tuitear

Aprendamos a preguntar y a prestar atención a las respuestas.

Gracias, hasta muy pronto. Si te ha gustado comparte.

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